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sábado, 17 de abril de 2010

No creo que sea necesario que dé mi opinión sobre el matrimonio, si bien un día lo haré, pero el tema ahora mismo no es exactamente ese.
Pienso que muchas veces nos perdemos en divagaciones de alto nivel (siempre necesarias, por supuesto) y por ello nos olvidamos de recordar o incluso apreciar por vez primera, las terribles consecuencias de la sociedad patriarcal en los pequeños detalles del día a día.
Está clarísimo que siempre debemos aspirar a una mayor capacidad de análisis y que además ésta debe expandirse gracias a nuestra labor. Debemos intentar que todas las personas piensen cada día un poco más, intentar que cada una de las personas que nos rodeen se den cuenta de que vivimos rodeadas de cuestiones que hemos de cambiar, pero, insisto, no podemos dejar que la aspiración a un alto nivel de análisis nos cierre en un núcleo intelectual elitista en el que no tenga cabida todo el mundo. Nuestra labor no es repetir entre nosotras todo aquello que apesta sino tratar de que también las demás se den cuenta y luchen con nosotras contra ellas.
El comienzo de este texto haciendo alusión al matrimonio no era casual ni fruto de una divagación que se ha ido por otros derroteros, sino más bien la afirmación de que en la pretensión de acabar con aquello que no nos gusta, muchas veces no nos paramos a pensar en los detalles que tenemos asumidos como parte del día a día. Cuando dos personas se casan, el hombre es el marido de la mujer, pero la mujer es la mujer (también esposa, aunque no nos engañemos, utilizamos menos esta palabra) del marido. ¿Qué quiero decir con esto? Que es su mujer, o lo que es lo mismo, que el término utilizado para referirse a la relación es el mismo que el utilizado para referirse a la mujer como ser individual con entidad propia. El hombre no es su hombre sino su marido...
De este modo, la mujer se subordina al hombre por medio del lenguaje y en la realidad.
Si dedicáramos cinco minutos al día a reflexionar sobre el uso del lenguaje, el horror que nos invadiría al percatarnos de la triste realidad, nos haría tener imparables ganas de luchar por acabar con esta situación.

2 comentarios:

Helena Luna dijo...

Alguna vez me había parado a pensar lo que desarrollas en este texto, pero desde luego no llegué al nivel de reflexión al que has llegado (ni tengo la capacidad explicativa que tú tienes). Seguiré pensando sobre ello, pero ya tengo medio camino andado: soy consciente de que a veces las palabras son cárceles más terribles que una prisión y sus barrotes y sus muros.
Besazos azules.
Lena

| n c u b € dijo...

Y las que son un "Coñazo" son aburridas.
Mientras que algo "cojonudo" es estupendo...

Sí, en nuestro lenguaje hay "machismo" en cierta manera.
Pero no sé por qué no mencionas también que por ejemplo ser "Persona"(femenino) tiene más valor que ser hombre (´masculino - me refiero a hombre en genérico)
O que todas las virtudes o cualidades son femeninas.
Que humanos (masculino) somos todos pero no todos tenemos humanidad (femenino).
También hay cierta idealización de lo femenino en nuestro lenguaje.