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jueves, 23 de abril de 2009

Aquella noche volvió a soñar con él.
Hacía meses que no le veía, siglos que no le quería y sin embargo, ahí estaba otra vez, radiante y dispuesto durante el tiempo que fuera capaz de aguantar en el sueño a conquistarla de nuevo, a hacerla sonreir y gritar de placer.
Siempre era igual; se acostaba pensando en cualquier cosa, importante o intrascendente, seria y grave o alegre y divertida, comenzaba a cerrar los ojos a la vez que perdía la consciencia (durante este proceso muchas veces intentaba pensar y entender el transcurso del mundo de los despiertos al de los dormidos pero solía olvidar las conclusiones cuando volvía en sí) y se sumergía en un sueño que la transportaba a mundos lejanos, a situaciones inverosímiles en su día a día, a momentos del pasado que creía olvidados. Paseaban, charlaban y siempre acababa haciéndola sufrir para luego correr tras ella pidiéndole con esos ojos marrones que le perdonara. Ella no necesitaba que mediaran palabra para perdonarle con su mano después de que él hubiera dañado su corazón con su actitud. De nuevo, todo ocurría con normalidad y él se antojaba en estos sueños como el príncipe azul que nunca fue. Nunca tuvieron intereses en común, nunca se entendieron demasiado bien y nunca se sintieron realmente enamorados, ni siquiera en esos primeros momentos en que la turbación o las mariposas sólo provenían del poco conocimiento del amor, pero sin embargo en aquellos sueños él se convertía en todo lo que ella quería, en todo lo que podía desear.
En cualquier momento despertaba y entonces todo volvía a la normalidad. Volvía a querer a quien quería de verdad, pensaba un poco en lo que había sucedido entre sus sábanas aquella noche, incluso sintiéndose un poco culpable a veces y después, una vez pisaba el suelo de nuevo, lo olvidaba todo, todo, excepto la pequeña duda de cuándo volvería a verlo.

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