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jueves, 5 de abril de 2012

No entiendo el sentido de los museos.
Las obras que se exponen en ellos no fueron creadas para esos lugares. Al menos no la mayoría de ellas. Allí están desubicadas, descontextualizadas, carentes de sentido. Les falta el ambiente que las acompañaba en sus emplazamientos originales, lo que las rodeaba, les falta lo que les daba sentido.
Colgadas, una tras otra, de unas frías e insulsas paredes, parecen aburrirse mientras miles de personas pasan diariamente frente a ellas o a su lado, para no detenerse ante ellas más de tres minutos si resultan las afortunadas elegidas entre un sinfín más.
Cada obra fue creada para ser vista y analizada en profundidad. Con calma. Sin prisa. Las gentes que componen el mundo que nos rodea, aquí y ahora, tienen prisa. No disponen del tiempo que cada obra precisa. Pasamos por los museos a toda velocidad, pretendiendo que nuestros ojos, sedientos de novedades, de imágenes que almacenar para luego guardar en un rincón lejano y del que es difícil recuperar la información con fidelidad, capten todo lo posible en el menor tiempo posible. No tenemos tiempo para más. Lo sé. La culpa no es nuestra. No es de nadie. Es del modo en que hemos montado esto.
¿Qué sentido tiene contemplar rápidamente muchas obras en un contexto que no es el suyo?
Sí, lo sé, la última pregunta debería ser: ¿qué otra cosa podemos hacer?

1 comentario:

Mario dijo...

Puedo prometer y prometo... que siempre he pensado lo mismo. Los mayores ladrones de arte, además, son los museos. Y lo son, sobretodo, y con más pecado que culpa, los que cobran una divinidad por entrar a observar lo que nunca fue creado para que lo observara más el bolsillo que los ojos...

Pero no es por éso que no soy un habitual de los museos. Visito los justo, en la medida de mis posibilidades, o algo así.

Un saludo, dominical.

Mario