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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Mi primera liberación

Ayer, después de escribir la entrada sobre los pececillos y tras buscar inútilmente ayuda en internet (ya dije que era difícil por no decir imposible localizar a los pececillos que nadaban en mi bañera), llamé al veterinario para que me confirmaran lo que ya sabía: por poder, podía soltarlos en el río, pero lo más probable era que se los comiera un pez más grande según los soltara. Dudas. Al fin y al cabo...si eso es lo que tiene que suceder en la Naturaleza, no soy yo quién para tratar de impedirlo. No obstante, prefería intentar dar con un sitio en el que fueran a poder vivir en libertad algo más de tiempo...
Cuando llegó mi hermana, le pregunté si a ella se le ocurría otro sitio (mi estado de colisión me impedía pensar; sólo se me ocurría el dichoso río) y mi hermana se acordó de un riachuelo que corre cercano a la estación de tren. Seguramente dé a parar en el río, o en alguna especie de lago o vete tú a saber, pero para el caso, es un riachuelo majo con bastante agua y me pareció adecuado.
Allá que nos fuimos las dos, bolsa en mano, con un nudo en el estómago y ganas de verlos nadar libres. Anduvimos un rato por la orilla, intentando imaginar dónde sería mejor soltarlos, hasta que finalmente nos decidimos por una altura del riachuelo donde el agua no parecía ir demasiado rápido.
El momento en que abrí la bolsa y los solté fue muy rápido, o al menos a mí me lo pareció, quizá por mis nervios...Los ví caer y rápidamente desaparecieron entre las aguas. Sólo el naranjita, gracias a su color, era identificable. Lo vimos nadar y mover la boquilla hacia unos musgos, todo parecía ir bien, al menos para él...pero de pronto mi hermana se percató de que uno de los otros dos se dejaba llevar por la corriente del río. No sé si eso es normal. Mi hermana cree que no y yo me decanto por darle la razón. Lo seguimos un rato andando por la orilla y se dejaba llevar. No oponía resistencia. Yo no sé si no tenía fuerza para nadar contracorriente o si, simplemente, no era su lugar. Me angustié muchísimo pero quisimos entender que tal vez, debido al estrés que había sufrido, estaba nervioso y no sabía qué hacer. Al fin y al cabo, el agua iba muy deprisa... Quizá cuando llegara al lugar donde el agua ya no lo arrastraba... Tal vez nos preocupamos demasiado, tal vez no. Sólo sé que si su final, después de eso, fue la muerte, al menos fue donde merecía, no encerrado entre cuatro paredes de cristal. Quiero creer que más adelante, cuando el agua se lo permitiera, se hizo con la situación. Hay que decir al respecto que el naranja en todo momento se mostró diferente a los otros dos (que eran iguales entre sí aunque uno más grande que el otro). Se veía más despierto, más atento a lo que pasaba a su alrededor (fue al que más me costó volver a meter en la bolsa para llevarlos al riachuelo), más inquieto en el buen sentido... Intento achacar a esta diferencia de caracteres o de forma de estar el que reaccionaran de modo distinto al caer al agua.
De cualquier modo, repito: acabaron donde deben estar. Lo que pasara después, al fin y al cabo, quizá sea lo propio (dentro de las limitaciones que el ser humano les ha impuesto; eran peces nacidos y criados en cautividad y no creo que eso les facilite mucho las cosas si un día consiguen verse en su medio natural. Si hubieran nacido donde deben, seguro que nada de lo que ayer ví hubiera pasado). No obstante, y teniendo en cuenta que si murieron fue culpa del ser humano, al fin y al cabo lo hicieron en su medio y de una forma más o menos digna. Yo creo que vale más morir habiendo nadado diez minutos en el lugar donde te corresponde estar, libre, que vivir toda una vida en una asquerosa pecera. Ya lo dije: antes morir que perder la vida...

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