Anoche llegamos al clímax.
Nunca me había sentido tan en armonía con alguien. Nunca.
Nunca había sentido a alguien tan dentro de mí. Nunca.
La compenetración fue máxima. Plena sintonía.
Sentir…
El ritmo lo marcaba el momento pero mi corazón lo seguía a la perfección. No tuve problemas en dejar fluir mis sentimientos y lloré de amor, de paz, de felicidad. No sé de qué. Pero lloré. Y fue uno de esos llantos que comienzan como si nunca fueran a ser reales, como si amenazasen con llegar pero a la vez pareciesen un amago de realidad, y finalmente, poco a poco, surgió. Los ojos empezaron a empañárseme al son de dulces palabras y de pronto, cuando menos lo esperábamos, dejé de verte entre apacibles lágrimas, que caían despacio como despacio sentíamos y nos movíamos. Por un momento sentí que éramos una, uno. Sentí que eras parte de mí, que estabas tan dentro de mí que teníamos que formar parte de una unidad.
Lloré de paz y reí de amor. Te sentí más vivo que nunca a mi lado. Sentí con fuerza la energía positiva de la realidad que hemos construido. Te sentí a ti en todo tu ser.
Por más lunas y más soles entre tu cuerpo y el mío.