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viernes, 25 de septiembre de 2009

Siempre había sido una muchacha poco segura de sí misma, quién sabe por qué. Los porqués en los comportamientos humanos son siempre una confluencia de genética y experiencias. Dentro de sus experiencias, probablemente le había marcado ser la pequeña, la mimada. El día que ella nació, su hermana, que siempre había sentido adoración por ella, se hizo mayor y su madre se dedicó a transportarla en brazos, diciendo cosas como ay, mi niña bonita o ay, qué cosa tan mona. Es más que probable que esto condicionara su formación. Sin duda, todos nos formamos y formamos una personalidad en torno a nosotros mismos desde mucho antes de lo que la gente cree, desde el principio de los principios. Cómo te hablen, te miren, te traten o te alimenten desde que naces es crucial y marca, muchas veces, de por vida. Como decíamos, ella siempre había vivido rodeada de halagos, carantoñas y mimos, no sólo por parte de su madre, sino también de su padre, que por aquella época jugaba al tenis, de su abuela (éste es otro tema que podríamos tratar a nivel monográfico) y de todos aquellos que se acercaban a su pequeño cuerpecito. No obstante, también había quien, en algún modo, sentía algún tipo de aversión por ella o por sus actuaciones, inconsciente de que éstas venían dadas por cómo se la trataba y no al revés. Su abuela paterna, algo desquiciada (porque de abuelas desquiciadas iba su vida) había tenido una doble moral a la hora de tratar con ella y en ocasiones, había tratado de demostrar que sus actos eran propios de una niña mala, cuando lo único que intentaba lograr era conseguir la atención que no se le prestaba en aquella casa entre árboles. Siempre había sido muy lista, quizá más que la media, y a veces, aunque ella no lo sabía, se sentía frustrada porque no comprendían sus ideas o sus deseos. Por estos y otros motivos tuvo que ir forjándose una personalidad en la que primaban la creatividad y las ganas de llamar la atención, siempre con buena intención pero a veces con malos resultados.
Sus primeros años fueron pasando de este modo y fue convirtiéndose en una niña lista y divertida pero tímida e incluso retrotraída.
Quizá por esta timidez fruto de una infancia en la que, según quién lo mire, podría decirse que fue sobreprotegida, la seguridad en sí misma brillaba por su ausencia.
Por problemas económicos, sus padres tuvieron que trasladarse a vivir a otra ciudad, y de este modo cambió su residencia y su colegio. Al principio todo fue bien pero poco a poco fue haciendo amistad con niños que posiblemente no eran lo mejor del colegio (desperdicio de mentes por culpa de barrios y familias). Un día, cometió un error de niño. Los niños tienen la suerte de no haber tenido tiempo de conocer el mundo y las consecuencias de los actos en éste, por lo que sus actuaciones no deben ser juzgadas con dureza nunca (obviamente, nadie debe ser juzgado con dureza nunca, pero menos aún quien ni siquiera pretende hacer daño).
Es probable que el día de la llamada fatídica comenzara la cuentra atrás. ¿Por qué cuenta atrás? Porque siempre ha de buscarse el punto positivo, lo bueno de cada error. Y ese día comenzó el paso del tiempo hasta el día de hoy, pero no adelantemos acontecimientos.
Pasó una adolescencia dura, como la de muchos otros chavales, pensarás, pero no, fue diferente, porque ella es especial; siempre lo ha sido.
Los estudios y el futuro no le preocupaban lo más mínimo; los intereses propios de los adolescentes estúpidos poblaban su cabeza e inundaban sus pensamientos y aparentemente no tenía tiempo de pensar en cuestiones trascendentes ni metafísicas. Pasaban las semanas, los meses y los años y su pelo negro ondeaba como bandera de la inexpresividad, aunque su alma estaba repleta de ideas, pensamientos y maravillas que no tenían más remedio que aflorar algún día.
Las amistades son fundamentales en la vida de una persona, más en aquellos años en los que nos formamos y ella no fue demasiado inteligente al elegir las suyas. La nefasta influencia de una persona cualquiera fue terrible y marcó a fuego sus entrañas.
Pero un día renació, un día vio de nuevo la luz y decidió correr tras ella. Un día recordó quién había sido, lo que le habían enseñado de pequeña, cómo había dibujado, los libros que le habían comprado cuando aún aprendía a leer, la música con la que sus primeros pasos habían podido ser pasos de baile y las películas que cultivan fantasías reales.
Un día cambió para volver a ser ella.
Y otro día decidió estudiar FILOSOFÍA.
Todos los días alguien se siente orgulloso de ella, de que exista y de que sea como es.
Todos los días alguien te quiere.

2 comentarios:

Rapanuy dijo...

Gracias por tus comentarios. Andaré leyendo por aquí, sin hacer mucho ruido.

Anónimo dijo...

Nada mejor que dejar el miedo en el camino y aprender a caminar de verdad. Conocerse a sí mismo es un ejercicio complejo y complicado, pero posible.