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lunes, 14 de septiembre de 2009

Adoro los domingos porque no hay ruido, no hay nada. Sólo yo.
Desde que el capitalismo se plantó en la puerta de mi casa, nada es lo mismo. Jodido capitalismo que nos molesta hasta a la hora de estudiar...
Adoro los domingos, como digo, porque todo es calma, quietud...Los domingos, ahora, me recuerdan un poco a los espacios de Giorgio de Chirico, sólo que sin perspectiva acelerada y sin maniquíes. Los domingos.
La tranquilidad debería ser una opción.
El silencio debería ser una elección inamovible nada más que por uno mismo. Si quiero silencio, quiero silencio. Cuando quiera ruido, bakalao (chunda-chunda), marujas con el pan, paletos con polo y coches pasando todo el rato, ya decidiré yo dónde voy, pero el silencio no debería ser arrebatable. Hablando de realidades intangibles e invisibles, siempre me había creído con capacidad de elegir, con derecho a elegir; pero no, la vida decide, maquina y trueca.
Transformación, variación, alteración, renovación, transfiguración...
Injusticias por doquier.
El capitalismo aplastándonos, metiéndose en nuestras vidas e incluso en nuestros salones, nuestros oídos y nuestros corazones, en ese hueco donde cabe la repulsa.
Yo decidí vivir tranquila y no quiero tener la posibilidad de adquirir cualquier producto a la misma distancia que si se encontrara en la nevera de mi propia casa.
El campo dejará de ser el campo y entonces yo moriré.

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