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jueves, 29 de enero de 2009

Aquella tarde, pensó, parecía que llovía de mentira. Sí, el cielo estaba gris, las nubes lo ocupaban, y la gente no salía a la calle sin pensárselo dos veces. Pero no llovía. ¿El agua? El agua no era de verdad. A veces el agua no es de verdad, como a veces el amor, la maldad o el sueño, no lo son. Las cosas a veces son de mentira y como la lluvia forma parte del libro en el que se escribe la lista de las cosas, también ella puede ser de mentira.
Sí, la existencia de las gotas era innegable, ya no sólo porque la vista así lo corroboraba sino porque el mismo sentido del oído se lo afirmaba. Golpeaban los cristales de la ventana de su habitación sin ritmo pero llevando en ellas todo el ritmo de la Naturaleza implícito. Aún así, se negaba a creer en la lluvia de esa tarde. Cuando llueve, pensó, el cielo llora. Luego se dio cuenta de que aquello era una tontería porque por esa regla tendría que estar lloviendo todo el día y toda la noche, ya que el cielo, otorgándole la capacidad de sentir, a todas horas tendría motivos para llorar. Si el cielo no llora, la vida no es posible, pensó después.

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